domingo, 13 de noviembre de 2011

Camino

Un caballero, en la noche, se acerca a la orilla de un río. Es una noche fría y lluviosa en la que nadie anda por aquella orilla, pero a pesar de la noche y de la lluvia. Se acerca paso a paso mientras la lluvia moja su traje negro y sus barba de varios días, usa su mano para apartar su pelo mojado de la cara y después la mete en su chaqueta. Mira la luna, hermosa ella en todo lo alto con sus esplendor, blanca, reinante en el cielo oscuro de la noche. Saca un crucifijo de su chaqueta lo besa una y mil veces, lo aprieta fuertemente en su mano, se pone de rodillas  y mientras llora por todo lo que ha hecho y por todo lo que le queda por hacer, reza. Mientras reza, cesa su llanto pero no su soledad, vuelve a mirar una vez más a la luna y lanza el crucifijo al agua.

Se pone en pie y con pañuelo limpia sus lágrimas y se seca un poco la cara. Echa un último vistazo al agua, se presigna, se para un segundo, mira el camino de vuelta, se levanta el cuello del abrigo y comienza su camino de vuelta a un lugar soleado donde la lluvia no golpee contra el suelo y el sol pueda acariciar suavemente su cara.

Sabedor de que quizás no encuentre ese lugar soleado, el caballero siente temor y miedo por no saber como llegar, pero en un momento, durante su incansable camino un haz de luz se refleja en su cara, un haz, que ha escapado de las garras de la oscuridad y ha atravesado la lluvia para llenarle el corazón de esperanza. En ese mismo instante el caballero lo ve claro, agacha la cabeza y continúa recto por donde el haz de luz le marca.

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